domingo, 11 de mayo de 2008

El mejor oficio del mundo

Este artículo de Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura l982, fue leído por él en Los Ángeles el 7 de octubre de 1996, en la 52 Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa. García Márquez creó en 1993 la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Este es un texto que, sin duda, sigue vigente.

Gabriel García Márquez

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo, y la respuesta fue determinante: "Los periodistas no son artistas". Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacia una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción.

Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo era porque querían o creían ser periodistas pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenían al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años --siendo el peor estudiante de derecho-- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales, y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo --como nosotros mismos los llamábamos--. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar. Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas.

Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés de un documento secreto de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela, y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir: las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre.

Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo le asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. "Ni siquiera nos regañan", dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como género estrella, pero que es también el que requiere de más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes.

Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma --sobre todo si es oficial-- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite --como un loro digital-- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad de oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como un zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir, rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica --reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras-- bajo la dirección de un veterano del oficio. En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de 30 años, tener una experiencia mínima de tres y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado --que escasas veces puede ser de más de una semana--, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de trasmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encarga de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en 27 talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónicas y reportajes. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnífico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Angel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea. Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral pueda ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores del entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya que es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.

Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un momento de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

● ● ●

martes, 19 de febrero de 2008

La renuncia de Fidel

En una edición única de fecha Martes 19 de febrero de 2008, el periódico cubano Granma da a conocer un texto firmado por Fidel Castro titulado Mensaje del Comandante en Jefe. "Les comunico que no aspiraré ni aceptaré -repito- no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe... No me despido de ustedes. Deseo solo combatir como un soldado de las ideas. Seguiré escribiendo bajo el título 'Reflexiones del compañero Fidel'. Será un arma más del arsenal con la cual se podrá contar. Tal vez mi voz se escuche. Seré cuidadoso". Este es el texto completo.

Mensaje del Comandante en Jefe

Queridos compatriotas:

Les prometí el pasado viernes 15 de febrero que en la próxima reflexión abordaría un tema de interés para muchos compatriotas. La misma adquiere esta vez forma de mensaje.

Ha llegado el momento de postular y elegir al Consejo de Estado, su Presidente, Vicepresidentes y Secretario.

Desempeñé el honroso cargo de Presidente a lo largo de muchos años. El 15 de febrero de 1976 se aprobó la Constitución Socialista por voto libre, directo y secreto de más del 95% de los ciudadanos con derecho a votar. La primera Asamblea Nacional se constituyó el 2 de diciembre de ese año y eligió el Consejo de Estado y su Presidencia. Antes había ejercido el cargo de Primer Ministro durante casi 18 años. Siempre dispuse de las prerrogativas necesarias para llevar adelante la obra revolucionaria con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo.

Conociendo mi estado crítico de salud, muchos en el exterior pensaban que la renuncia provisional al cargo de Presidente del Consejo de Estado el 31 de julio de 2006, que dejé en manos del Primer Vicepresidente, Raúl Castro Ruz, era definitiva. El propio Raúl, quien adicionalmente ocupa el cargo de Ministro de las F.A.R. por méritos personales, y los demás compañeros de la dirección del Partido y el Estado, fueron renuentes a considerarme apartado de mis cargos a pesar de mi estado precario de salud.

Era incómoda mi posición frente a un adversario que hizo todo lo imaginable por deshacerse de mí y en nada me agradaba complacerlo.

Más adelante pude alcanzar de nuevo el dominio total de mi mente, la posibilidad de leer y meditar mucho, obligado por el reposo. Me acompañaban las fuerzas físicas suficientes para escribir largas horas, las que compartía con la rehabilitación y los programas pertinentes de recuperación. Un elemental sentido común me indicaba que esa actividad estaba a mi alcance. Por otro lado me preocupó siempre, al hablar de mi salud, evitar ilusiones que en el caso de un desenlace adverso, traerían noticias traumáticas a nuestro pueblo en medio de la batalla. Prepararlo para mi ausencia, sicológica y políticamente, era mi primera obligación después de tantos años de lucha. Nunca dejé de señalar que se trataba de una recuperación "no exenta de riesgos".

Mi deseo fue siempre cumplir el deber hasta el último aliento. Es lo que puedo ofrecer.

A mis entrañables compatriotas, que me hicieron el inmenso honor de elegirme en días recientes como miembro del Parlamento, en cuyo seno se deben adoptar acuerdos importantes para el destino de nuestra Revolución, les comunico que no aspiraré ni aceptaré - repito- no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe.

En breves cartas dirigidas a Randy Alonso, Director del programa Mesa Redonda de la Televisión Nacional, que a solicitud mía fueron divulgadas, se incluían discretamente elementos de este mensaje que hoy escribo, y ni siquiera el destinatario de las misivas conocía mi propósito. Tenía confianza en Randy porque lo conocí bien cuando era estudiante universitario de Periodismo, y me reunía casi todas las semanas con los representantes principales de los estudiantes universitarios, de lo que ya era conocido como el interior del país, en la biblioteca de la amplia casa de Kohly, donde se albergaban. Hoy todo el país es una inmensa Universidad.

Párrafos seleccionados de la carta enviada a Randy el 17 de diciembre de 2007:

"Mi más profunda convicción es que las respuestas a los problemas actuales de la sociedad cubana, que posee un promedio educacional cercano a 12 grados, casi un millón de graduados universitarios y la posibilidad real de estudio para sus ciudadanos sin discriminación alguna, requieren más variantes de respuesta para cada problema concreto que las contenidas en un tablero de ajedrez. Ni un solo detalle se puede ignorar, y no se trata de un camino fácil, si es que la inteligencia del ser humano en una sociedad revolucionaria ha de prevalecer sobre sus instintos.

"Mi deber elemental no es aferrarme a cargos, ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepcional que me tocó vivir.

"Pienso como Niemeyer que hay que ser consecuente hasta el final."

Carta del 8 de enero de 2008:

"...Soy decidido partidario del voto unido (un principio que preserva el mérito ignorado). Fue lo que nos permitió evitar las tendencias a copiar lo que venía de los países del antiguo campo socialista, entre ellas el retrato de un candidato único, tan solitario como a la vez tan solidario con Cuba. Respeto mucho aquel primer intento de construir el socialismo, gracias al cual pudimos continuar el camino escogido."

"Tenía muy presente que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz", reiteraba en aquella carta.

Traicionaría por tanto mi conciencia ocupar una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estoy en condiciones físicas de ofrecer. Lo explico sin dramatismo.

Afortunadamente nuestro proceso cuenta todavía con cuadros de la vieja guardia, junto a otros que eran muy jóvenes cuando se inició la primera etapa de la Revolución. Algunos casi niños se incorporaron a los combatientes de las montañas y después, con su heroísmo y sus misiones internacionalistas, llenaron de gloria al país. Cuentan con la autoridad y la experiencia para garantizar el reemplazo. Dispone igualmente nuestro proceso de la generación intermedia que aprendió junto a nosotros los elementos del complejo y casi inaccesible arte de organizar y dirigir una revolución.

El camino siempre será difícil y requerirá el esfuerzo inteligente de todos. Desconfío de las sendas aparentemente fáciles de la apologética, o la autoflagelación como antítesis. Prepararse siempre para la peor de las variantes. Ser tan prudentes en el éxito como firmes en la adversidad es un principio que no puede olvidarse. El adversario a derrotar es sumamente fuerte, pero lo hemos mantenido a raya durante medio siglo.

No me despido de ustedes. Deseo solo combatir como un soldado de las ideas. Seguiré escribiendo bajo el título "Reflexiones del compañero Fidel" . Será un arma más del arsenal con la cual se podrá contar. Tal vez mi voz se escuche. Seré cuidadoso.

Gracias.

Fidel Castro Ruz

18 de febrero de 2008

5 y 30 p.m.

domingo, 10 de febrero de 2008

De Gutemberg Rivero para Fontanelly

Poco después de morir el dibujante centleco, Gut le hizo un homenaje póstumo: una escultura en papel engomado.

Por Fernando Vázquez Rosas

Unos días o semanas o meses después de la muerte de Fontanelly, no está clara la fecha, Gutemberg se presentó ante doña Cleotilde Alejandro Javier -madre de Fonta- para devolverle a su hijo en una singular escultura de papel maché. Era su homenaje, le dijo, al hombre, al amigo, al dibujante, al artista.

La escultura permaneció todos estos años en la casa de la colonia Atasta, donde Fontanelly Vázquez Alejandro vivió la mayor parte de su vida. Y ahí sigue la pequeña joya de arte, guardada con celo por los familiares del dibujante, ajena a los ojos públicos hasta ahora que han decidido compartirla con los tabasqueños a través de la sección cultural "Expresión!", de Tabasco Hoy.

Todo color, la escultura interpreta fielmente lo que Fontanelly fue en vida, su indumentaria, sus personajes preferidos, su pañuelo, el color amarillo de su camiseta con el logotipo del PRD, a la izquierda del pecho, por supuesto, donde late el corazón.

En una mano porta también su infaltable lápiz con la punta afilada, listo para dibujar. Al frente se recrea su atracción por los iconos, Pellicer adelante, y en la espalda Marilyn Monroe. Fonta sonríe, y la pose es gallarda, con la mirada fija en el horizonte, o en alguna pitaya, o en quién sabe qué sueño.

De cuerpo entero

Del cuello cuelga una cámara fotográfica, idéntica a la Pentax que Fonta usó para retratar lo que interesaba a la sensibilidad de su mirada, como las palomas que tantas y tantas veces dibujó. De esto hay una historia.

Hace muchos años, en un viaje a Mérida, los sobrinos de Fontanelly se empecinaron en que les compraran unas palomas que vendían en la plaza. La insistencia fue tal que la familia del dibujante volvió a Villahermosa con algunas de las aves.

Situadas en el patio de la casa de Atasta, al poco tiempo ya no eran unas cuantas sino muchas palomas que revoloteaban por doquier.

Entonces Fonta las vio, libres, y decidió primero atraparlas a través de la lente de su Pentax y después inmortalizarlas en sus cuadros, con la destreza de su arte.

Fonta diario desayunaba en su casa de Atasta hojeando los periódicos y en la etapa final de su vida optó por vivir en un pequeño departamento por los rumbos de la colonia El Águila.

De ahí salió en ambulancia al Hospital Rovirosa donde perdió la vida el 6 de febrero de 1999, hace nueve años.

Doña Cleotilde debió emocionarse cuando Gutemberg puso ante sus ojos la escultura en papel maché de su hijo porque es, literalmente, un retrato de cuerpo entero de Fontanelly.

En aquella casa de Atasta se conservan también otros cuadros de suma importancia, como uno que Xóchitl Balcázar también le obsequió a la madre de Fonta y otro que lleva las firmas de varios amigos artistas del dibujante.

Y podría haber más obras de arte colgadas en las paredes de la casa donde Fontanelly vivió gran tiempo, de no ser porque muchos de los cuadros que él mismo había prestado para exposiciones en recintos culturales del estado, ya nunca volvieron a manos de su dueño ni tampoco fueron regresados a los familiares tras el deceso del artista plástico.

Un incidente en el festejo

Ahora que se organizó el noveno aniversario luctuoso de Fontanelly, una secretaria de alguna oficina de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) llamó a los familiares para invitarlos a la ceremonia que año con año se lleva a cabo en recuerdo del artista.

La secretaria preguntó por doña Cleotilde Alejandro Javier, la madre del dibujante. “Doña Cleotilde murió en octubre pasado”, le contestaron. Y todavía la secretaria insistió: “Oiga, no me diga, con esas cosas no se juega”. “No es juego -le replicaron- doña Cleotilde murió el año pasado”. Dicho la cual, la secretaria informó a los familiares del homenaje.

(Publicado en Tabasco Hoy, miércoles 6 febrero de 2008),

● ● ●

lunes, 4 de febrero de 2008

Sin derechos de autor

Por Fernando Vázquez Rosas

Los poetas no tienen derechos de autor. No porque lo diga yo ni porque pretenda quitarles regalías, sino porque simple y sencillamente es cierto.

En una entrevista --a propósito del premio Juan Rulfo que ganó-- Juan Gelman contó que hace tiempo asistió a una reunión pública de poetas en la que cada uno dio lectura a alguno de sus versos.

Al finalizar la ronda, una joven le preguntó: "¿Ese poema que leyó es suyo?" Sí, respondió Gelman. Desdibujada, la joven exclamó: "¡Hijo de la chingada!" Le dijo el poeta, sorprendido: "Oiga, el poema no es muy bueno, pero no es para tanto". Explicó la joven: "Me refiero a un ex novio, quien me dio ese poema diciéndome que lo había escrito para mí, inspirado en mí".

Por eso digo que los poetas no tienen derechos de autor. Quizá sean los que padecen los mayores plagios y sin darse cuenta, sin enterarse nunca. De hecho, que alguien plagie un poema para un acto de amor es quizá el mayor homenaje que pueda recibir un poeta.

Recuerdo ahora el rostro de un Pablo Neruda feliz de que su mensajero le regale poemas suyos a la mujer amada quien, por cierto, termina por sucumbir ante la contundencia de los versos. Me refiero a la película "El cartero", en la que un pueblerino repartidor de correspondencia conoce la poesía a través de Neruda, lo cual le cambia la vida para siempre.

O aquél otro filme en el que un tipo se gana la vida recitando versos a las personas que se detienen en sus coches, obligados por el rojo del semáforo. Esto ocurre en "El lado oscuro del corazón", cinta en la que el mismo tipo enamora a mujeres diciéndoles poemas que, evidentemente, no son suyos.

Lo que importa, entonces, no es si uno es el autor o no del poema que se ofrece, sino si logra transmitir lo que se quiere decir, el sentimiento que se quiere expresar, la intención que se busca.

Yo he visto hombres y mujeres soltar de pronto una lágrima o una exhalación ante la fuerza de un poema, y los he visto también escribirlos en una hoja blanca común y corriente para hacerlos pasar como suyos y dárselos a quien aman.

Jaime Sabines dijo en una ocasión que no hay diferencia entre el poeta y el hombre común. "Lo que sucede es que el poeta está más desnudo, tiene un poco menos piel que el resto de los hombres". En este sentido, los comunes se desnudan con la desnudez de los poetas para lograr darse sin la obnubilación del ropaje.

Es válido, por supuesto. No quiero imaginar lo que harían los faltos de creatividad o los tímidos si los poemas no se pudieran plagiar. Tal vez nunca lograrían transmitir sus sentimientos de la forma tan exquisita como se puede hacer mediante unos versos. El habla sería callado, el corazón no drenaría igual la sangre, la piel no se erizaría sobremanera, hasta el dolor no sería tan punzante. Porque vaya contradicción la que ocurre cuando se encuentra alivio en un poema acerca del desamor.

Y a todo esto hay que añadir otra cosa. Una canción se puede aprender y tararear, pero si no se tiene buena voz o un aparato para escucharla, el ejercicio es infructuoso. Una pintura no suele llevarse a una cita, mucho menos una escultura. Un libro no se memoriza totalmente. Una película requiere de situaciones especiales (una sala cinematográfica o cuando menos una videocasetera o un DVD) para apreciarse.

Pero un poema puede interiorizarse de tal forma que hasta en un susurro se puede soltar y generar un impacto demoledor, puede escribirse con letra chiquita en pedazo de papel y ser leído sin mayor dificultad, puede ser tan corto y tan grande a la vez.

Nada desdice un poema, porque se originan en el corazón. Son, los poemas, intermitentes incansables en la noche de la vida, el ademán propicio para abrazar sentimientos. Constituyen el lenguaje de los que aman.

Por eso los poetas no tiene derechos de autor. Porque quienes escriben poemas son los predicadores y quienes los utilizan son los discípulos. Apropiarse un poema no es plagio, es una acción en defensa propia del que lo necesita. El amor pasa como el viento, por eso no hay que titubear sobre faltarle el respeto a los poetas. Ellos ya habrán hecho lo suyo, escribir el poema, a los demás nos toca copiarlos, aprenderlos, decirlos. Esto es, digamos, un acto de difusión, no de hurto.

Finalmente lo que los poetas hacen al escribir poemas es el servicio social del amor. Por eso viven a flor de piel, en estado hipersensible, algo incomprensible para los demás. Una hoja, un objeto, un roce, un silbido, una ocasión, un trago, una brizna, un sabor, un olor, un abandonado, una insignificancia, pues, puede derivar en torrentes de versos.

Y para eso, para atraparlos, es que existen los poetas. Los demás sólo podemos aspirar a traducirlos a nuestra cotidianidad. Discúlpenme poetas pero, insisto, ustedes no tienen derechos de autor. Sus versos no son suyos. Son nuestros.

Martes 19 de septiembre de 2000.

● ● ●

domingo, 3 de febrero de 2008

Una de las grandes conquistas de este siglo ha sido el cuerpo femenino: Andrés de Luna

Amable, Andrés de Luna (Tampico, 1955) me recibe en su pequeña oficina de la Universidad Autónoma Metropolitana (Xochimilco), en donde sólo hay un escritorio sin nada encima, un perchero y un mueble para guardar cosas. Se nota, a leguas, que es un tipo práctico, concreto, que no bucea en burocratismos. Hasta donde vi, no tiene secretaria, él mismo contesta el teléfono y su sentar es cotidiano, sin pose. Es un culto que no presume de serlo. Y con esa soltura conversa sobre el erotismo, tema que domina y sobre el que escribe para la sección cultural de El Financiero. Con su libro El bosque de la serpiente se convirtió en el único mexicano que publica en la serie “La sonrisa vertical”, dedicada a temas eróticos. Es autor de tres libros más y coautor de otros doce y dirige también la Galería del Sur de la UAM-X.

Por Fernando Vázquez Rosas

-En principio, ¿qué es el erotismo o cómo debemos entenderlo a fin de siglo?
-El erotismo siempre ha sido una construcción subjetiva que tiene mucho que ver con lo que se practica, con lo que se dice y se hace en una determinada época. El erotismo admite una cierta historicidad. Pero también hay que pensar que es un proceso absolutamente subjetivo, cada quien elige qué es lo que le interesa y cómo construye ese proceso, desde las prácticas más comunes, rutinarias, tradicionales, hasta aquellas que resultan transgresoras.

-No sé de grupos que intenten imponer el erotismo, pero sí de grupos que están en contra del erotismo, ¿por qué ocurre esto?
-Siempre el erotismo resulta subversivo en muchos sentidos, y por lo mismo, siempre habrá grupos que quieran incluso legislarlo. En Estados Unidos algún tipo de práctica sexual, como el sexo oral, resulta prohibido y puede una esposa enviar a la cárcel a un marido que la haya pedido que le practicara una relación oral, o a la inversa.
Siempre hay un imaginario que se llama el imaginario instituido, que es el que procura regular que las personas no se salgan de estas normas, que procura una relación sexual más convencional. Pero esta práctica convencional también está ubicada en este terreno para que no exista la fantasía. Yo creo que mucho de lo que se practica en la actualidad son cosas que pertenecen a esta idea de la sexualidad instituida, la que no tiene mayores matices, la que se reitera solamente.

-¿Y se puede legislar el erotismo?
-No, no es legislable. El problema es que la sociedad represora procura encontrar las maneras de incidir hasta en las relaciones más íntimas. Llevar al erotismo al terreno de la legislación, de la buenas conciencias, resulta abrumador y abusivo, no sólo en este tiempo sino en cualquier otro.

-¿El caso Clinton-Lewinsky es una cuestión abusiva del fiscal Starr?
-Va más allá del fiscal Starr. Es un caso típicamente norteamericano de fin de siglo el hecho de que un desliz de alguien, como un presidente de la República, pueda de pronto salir a la luz pública y ubicar hasta cómo tiene el sexo, qué practicaron y cómo fue la mancha de semen y demás. Me parece que corresponde a toda la moral hipócrita de los estadunidenses que de pronto puedan condenar un acto como ese, pero se queden impávidos cuando se bombardea Damasco o cualquier otra ciudad.

-¿Por qué si somos una sociedad que ha progresado en muchos sentidos nos sigue causando tanto asombro el erotismo?
-Porque la cultura occidental se nutre mucho de una prevención en contra de las relaciones eróticas. De un fundamento mucho más libre, que era toda la etapa grecorromana donde la homosexualidad ni siquiera se catalogaba como algo diferente sino se ubicaba dentro de todas las prácticas íntimas de esa época, pasamos a esta cultura judeo-cristiana donde el elemento principal es la culpa, el pecado, que es como el gran disfraz de una intolerancia en todos los órdenes. Ahora, lo que ocurre en la cama con prohibiciones no es privativo nada más de ese terreno, pues ocurre también a muy diferentes niveles, en casi todos los órdenes de lo social, y por lo mismo causa tanto conflicto.

-¿Y qué tipo de sociedad monstruosa somos que preferimos la violencia más que el erotismo?
-El mundo siempre ha sido atroz y creo que el gran reto de cualquiera es precisamente que, en medio de esa atrocidad, consiga, pueda ver o practicar algún tipo de erotismo que le permita, si no librarse de la atrocidad del mundo, por lo menos sobrellevarla de una mejor manera.
Lo erótico va a contracorriente de esa sociedad atroz. De alguna u otra manera siempre las sociedades han condenado al individuo en todos los sentidos. Y no es que sea la panacea, pero creo que uno de los resguardos que tenemos es la conciencia erótica, porque sin ella el mundo resultaría tan brutal que sería casi insoportable.

-¿Cómo explica el fenómeno virtual?
-Es una opción. Pero si nos quedamos sólo con eso, de ser una opción pasa a ser una rutina desgastante. No hay nada como el contacto de los cuerpos, la cercanía, los sentidos exaltados que se dan en una relación íntima, sexual, erótica. Eso es insustituible.

-Ante mujeres siempre intimidadas por la excesiva masculinidad se me ocurre preguntarle: ¿ha sido machista el erotismo?
-Más allá del ascenso al Everest o la llegada del hombre a la luna, una de las grandes conquistas de este siglo ha sido el cuerpo femenino, el conocimiento de la anatomía femenina, no nada más en términos de lo biológico, porque de eso ya se conocía algo. Y esto que pareciera muy simple me parece que es de una gran complejidad, porque toda la incomprensión del cuerpo femenino ha sido tremenda.
Creo que por eso, en los últimos años, lo que ha logrado ese feminismo a veces radical, a veces mal entendido, a veces abusivo también, es que la mujer ha logrado tener un mejor lugar dentro de la sexualidad, ha reconocido su propia corporeidad, lo que es lo femenino, y eso es una conquista que le ha llevado mucho tiempo.

-¿Hay erotismo también, por ejemplo, en los cinturones de miseria?
-Creo que el erotismo no depende de una posición de clase y que surge en todos lados. Ahora, lo que no surge en todos lados es una conciencia erótica, que es diferente. El erotismo puede darse en una tarde placentera, pero realmente la conciencia erótica, que es lo más perdurable, eso solamente se da cuando realmente se ha pensado, reflexionado, experimentado, dialogado en torno a este tema. Eso probablemente no sea tan cercano a los cinturones de miseria. Pero de que en términos sociales se da el erotismo a muy diferentes niveles, eso es un hecho.

-¿Y cómo ve al erotismo en el futuro, partiendo de que el mundo es cada vez más contradictorio y violento?
-Es importante que realmente se le otorgue un verdadero estatus al erotismo. Creo que ahora ha sido importante que se regule el acoso sexual, porque finalmente lo que sugiere esto es que ya hay un reconocimiento para el respeto al otro, que el cuerpo es tan importante, tan valedero y tan legítimo, que no se lo puede golpear o violentar de ninguna forma.
Por otra parte, el erotismo es algo que va a sobrevivir por más que se le censure, porque lo prohibido sugiere y genera muchas expectativas. Me parece que el erotismo, como todo fenómeno, tendrá su propio cambio, sus nuevas formas de adaptarse a los nuevos tiempos, pero no va a morir, porque si muere el erotismo muere parte de la cultura occidental, oriental y de todo tipo, porque el erotismo forma parte fundamental de la cultura del mundo.

(Esta entrevista se publicó allá por 1999 en el diario El Regional del Sur, de Cuernavaca, Morelos).

● ● ●

sábado, 2 de febrero de 2008

La huella cultural de Novedades

Este febrero cumple años mi amigo de años Jaime del Valle. Lo conocí en la universidad y aunque por largo tiempo la distancia abrió una brecha física, en realidad nos mantuvimos en contacto mediante el impulso de proyectos periodísticos sobre cultura en Tabasco. A invitación de Jaime varios años colaboré gratuitamente en el suplemento cultural "Acervo" de Tabasco Hoy. Después, por alguna razón, él salió de ese diario y comenzó un nuevo proyecto en Novedades de Tabasco. Una vez más me invitó a colaborar y una vez más, fiel a la amistad —que supera todo interés y al final es lo que vale— emprendí esa nueva ruta junto con él. Ese nuevo sumplemento cultural, que se llamó "Enterarte", no tuvo larga vida. Pero el tiempo que se publicó yo entregué, puntual, mi colaboración. Bajo el título "La huella cultural de Novedades", este fue el primero de esos textos, el cual escribí, según mis notas, el 20 de julio de 2000 y debió publicarse por aquella fecha. Lo expongo aquí ahora, tal cual, a propósito de un año más de vida de mi amigo. Un buen recuerdo siempre es un buen regalo.

Por Fernando Vázquez Rosas

Por el año de 1936, cuando tenía 24 años, Fernando Benítez tuvo por primera vez la idea de fundar un suplemento cultural, inspirado en las secciones dominicales del diario español El País y los argentinos La Nación y La Prensa, los cuales llegaban a la redacción de El Nacional, periódico donde él trabajaba.

En 1947 Benítez asumió la dirección de El Nacional y hasta ese entonces pudo concretar su idea. Fundó en ese año el suplemento denominado "Revista Mexicana de Cultura".

Pero su labor directiva apenas llegó al año siguiente porque, siendo El Nacional un periódico propiedad del gobierno, en 1948 el entonces secretario de Gobernación, Ernesto P. Uruchurtu, lo llamó a sus oficinas para exigirle que restituyera en la fuente de Presidencia a cierto reportero que el propio director del diario había destituido.

Como Benítez se negó a hacerlo alegando que dicho reportero tenía insuficiencias para desempeñar su labor, Uruchurtu le dijo:

—Si usted no obedece un ruego, entonces obedecerá una orden: restituya inmediatamente al reportero a su fuente original.

Sin titubeo, Fernando Benítez le contestó:

—Señor licenciado, vaya usted y chingue a su madre.

"Revista Mexicana de Cultura" fue el primer suplemento cultural moderno de México, pero su desarrollo no floreció después de la salida de Benítez de El Nacional.

El que sí se convirtió en la base del periodismo cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX fue el segundo suplemento cultural que fundó Fernando Benítez, esta vez en Novedades.

En 1949 Rómulo O'Farril, recién elegido director general de Novedades, aceptó la propuesta de crear un suplemento de cultura. Según palabras de Fernando Benítez, don Rómulo no tenía ninguna idea de lo que era un periódico o un suplemento de esa clase, y el mismo diario, con toda su espléndida maquinaria, no estaba ejercitado para editar una publicación tan fuera de las normas corrientes.

Con todo, el suplemento tomó forma y se publicó bajo el nombre de "México en la cultura", en el que hubo crítica seria y un estudio de los grandes problemas del país; en él figuraron los más prestigiados escritores no sólo de México sino también los españoles refugiados y los latinoamericanos.

Fernando Benítez, considerado el padre de los suplementos culturales en México —y quien falleció el lunes 21 de febrero de 2000—, siempre presumió que el primer colaborador del suplemento de Novedades fue Alfonso Reyes. El propio Benítez contó muchas veces que un día se acercó a don Alfonso y le dijo: "Yo sé que usted paga por publicar sus libros, que no se venden y que nadie los lee. Yo le ofrezco a usted un público de cien mil lectores". Reyes aceptó y se convirtió, hasta su muerte, en colaborador del suplemento.

Además de Alfonso Reyes, en "México en la cultura" también escribieron, por citar sólo algunos, el crítico europeo Paul Westhein, Gabriel García Márquez, Luis Cardoza y Aragón, Enrique González Pedrero, Julieta Campos, Juan García Ponce, Emilio Carballido, Tito Monterroso, Alí Chumacero, Octavio Paz, Luis Villoro, Rubén Bonifaz Nuño, José Luis Martínez, Miguel León-Portilla, Pablo y Enrique González Casanova, Rodolfo Usigli, Gastón García Cantú, los entonces jóvenes José Luis Cuevas, Elena Poniatowska, Rosario Castellanos, Emilio García Riera, Jorge Ibargüengoitia, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, y los todavía más jóvenes José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis.

El suplemento de Novedades expuso así una imagen de la riqueza cultural de nuestro país y fue el punto de partida de muchos que hoy son pilares de la cultura mexicana. Con "México en la cultura" habíamos destruido las capillas y el ninguneo, y la cultura circulaba al fin por las calles, dijo una vez Benítez.

En 1961 Fernando Benítez y la mayoría de sus colaboradores salieron de Novedades argumentando motivos de censura. Tiempo después Benítez fundó otros suplementos culturales: "La cultura en México", en la revista Siempre! (1962 a 1970), "Sábado", en unomásuno (1977 a 1986) y "La Jornada semanal", en La Jornada (1984 a 1989). Sin embargo, la huella del suplemento de Novedades quedó para siempre.

El editor de cultura de El Financiero, Víctor Roura, escribió en su columna del 29 de febrero de este año que el crítico literario Emmanuel Carballo le dijo en cierta ocasión que el suplemento "México en la cultura" había sido el mejor de su época y quizás simplemente el mejor, porque "ni en Siempre!, ni en el unomásuno, ni en La Jornada, Benítez superó lo que hizo en el Novedades".

La cultura, que en los periódicos, y en general en los medios de comunicación, es muchas veces considerada de relleno o sitio ideal para justificar publicidad, poco a poco ha ido ganándose un sitio relevante. Por eso es de celebrarse que, como lo hiciera Novedades en los años 40, cuando dio cabida entre sus páginas al suplemento "México en la Cultura", ahora Novedades de Tabasco abra un espacio para este género.

● ● ●