sábado, 24 de marzo de 2012

“Hasta sus ausencias se convertían en presencia”. Apuntes recuperados por aquí y por allá sobre Carlos Monsiváis

Por Fernando Vázquez Rosas

(Publicado en Cuadernos del Agua Num. 2, Septiembre-Diciembre 2011)

En la segunda mitad de los noventa busqué una entrevista con Carlos Monsiváis. Le llamé por teléfono a su casa en la colonia Portales de la Ciudad de México, para siempre su hogar y lugar de trabajo. Me contestó una voz aguda que se disculpó: el escritor no estaba pero transmitiría mi solicitud y quizá después se comunicaría conmigo.

Por aquel tiempo radicaba yo en el Distrito Federal pero mantenía cercanía con el quehacer tabasqueño mediante colaboraciones semanales que publicaba en el suplemento cultural “Acervo”, del Tabasco Hoy, y me interesaban unas reflexiones del cronista sobre la cultura en el estado y sobre internet, cuyo ascenso veloz en la vida cotidiana daba vértigo.

Meses después Marco Levario Turcott, entonces Subdirector de la revista Etcétera (ahora es el Director) me contó que el cronista solía eludir llamadas haciéndose pasar por una viejita que prometía transmitir los recados. Había sido mi caso.

Uno leía, escuchaba, veía a Monsiváis por dónde sea, a la hora que sea. Era una especie de misterio divino que siendo uno era muchos. Y también estaba en todas partes: En libros, revistas, periódicos, en la radio, en inauguraciones de recintos, en presentaciones de novedades editoriales, en películas, en la televisión (la llamaba la “caja idiota”), pero igual en manifestaciones políticas y sociales.

Y siempre, siempre, su voz se levantaba en defensa de las causas perdidas, contra la arbitrariedad, en beneficio de la duda que nada aclara pero esclarece más que los discursos políticos, anteponiendo el sentido del humor por sobre la solemnidad que porta el interés perverso, narrando hasta lo más recóndito de la cultura popular.

Lo más sorprendente del autor de Amor perdido y la famosa columna “¡Por mi madre, bohemios!” es que hasta sus ausencias se convertían en presencia. Aún no estando estaba. A mediados de los noventa, por ejemplo, nació la revista de rock La Mosca en la Pared que en sus primeros ejemplares incluyó un anuncio singular de portada: “En esta revista no escribe Carlos Monsiváis”.

Hugo García Michel, director de La Mosca, explicó que la leyenda fue una ocurrencia que tuvo porque le resultaba excesivo y ridículo que toda nueva publicación buscara enseguida la bendición o unas palabras de iniciación de Monsiváis.

“Lo que pocos saben y no deja de resultar curioso es que fue él quien nos buscó”, contó también el periodista en su blog (garciamichel.blogspot.com), quien expuso que una vez le llamó el escritor para decirle: “Oye, pues ya que estás usando mi nombre en la revista, invítame a escribir algo”.

García Michel le encargó entonces una crónica sobre el slam en los hoyos fonquis, que nunca se hizo porque La Mosca en la Pared entró en crisis financiera y dejó de publicarse por más de un año. Cuando tiempo después la publicación volvió a los puestos lo hizo con todo y la leyenda original: “En esta revista no escribe Carlos Monsiváis”.

Sobre esta reiterada decisión, el director de la revista explicó: “Lo pensé bien y concluí que si aquel texto sobre el slam no había salido era por algo y que era mejor seguir adelante sin el Monsi como colaborador. De hecho, dimos una variante a la broma cuando salió el número 8 de la revista, un ejemplar sobre rock y mujeres con Alanis Morissette en portada y la leyenda (adecuada al caso): ‘En esta revista no escribe Elena Poniatowska’”.

Monsi, como se le decía por economía de lenguaje, que no de afecto, era una especie de héroe chilango cuyos poderes consistían en una inteligencia aguda, una memoria de gigabytes ilimitados, una disciplina que envidiaban los militares y unas ganas de vivir que todo lo convertía en risa. Sus adversarios eran la derecha, el fanatismo religioso, el abuso de poder, la ignorancia y todo lo que fuera en contra del mínimo sentido común.

De alguna lectura supe que desde muy jóvenes Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco devoraron la Ciudad de México a pie para conocer colonias, barrios y callejones donde solían encontrar en cafés a los personajes que hoy son íconos de la literatura mexicana. Otros tiempos. Cuando en los noventa llegué a vivir a la capital de la República hice algo similar: A pie recorrí y conocí cuanto pude.

Aunque lo vi y escuché muchas veces por aquí y por allá, hubo dos ocasiones que entrevisté a Monsiváis. La primera fue en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1998, justo durante la marcha en recuerdo de los 30 años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco.

Los contingentes habían llegado ya a la Plaza de las Tres Culturas y ahí, entre los miles que acudimos a exigir que se abrieran los archivos oficiales para conocer la verdad definitiva de aquel lamentable suceso, Monsiváis se deslizaba lento envuelto en un río de jóvenes que querían escucharle algún pronunciamiento. Fue un tanto difícil acercarse pero no imposible.

Desde luego las declaraciones del escritor versaron sobre el tema de ese día pero también sobre mi preocupación por el desánimo de la juventud de ahora por los asuntos públicos.

—Es que antes no había internet ni globalización –le solté al cronista.
—Pero a cambio teníamos un régimen cerrado y la opresión como pan de cada día —me respondió.

La segunda entrevista fue en Villahermosa el viernes 13 de marzo de 2009, luego de que dictara su conferencia magistral “La educación pública en México”, con la que iniciaron ese año los festejos de la Semana de Juárez en la UJAT.

Aunque se le advertía agotado, su exposición aquella noche no tuvo desperdicio y su crítica al poder permaneció implacable. La clase gobernante en México, dijo, “perdió la sintaxis, perdió el ritmo del idioma, perdió la coherencia, perdió la sustentación lógica y sólo ganó en jactancia y en desfachatez”.

Sobre el tema que lo llevó a la universidad pública tabasqueña expuso: “Actualmente hay la percepción de que tener hijos en escuelas públicas es enviarlos al vacío laboral; se ha dejado de creer en el porvenir; si algo está ahora en cuestión son las esperanzas”.

Y en un juego de palabras que solía utilizar para no decir cosas que quería decir pero sin dejar de decirlas, señaló en referencia al gobierno panista de Felipe Calderón: “No voy a decir que como hay un gobierno patito, hay universidades patito, eso no lo voy a decir”.

Aproveché un descuido de las autoridades universitarias para escurrirme entre el público y llegar al autor de Los rituales del caos. Yo iba sólo por una opinión sobre el “bono de fatiga”, que era escándalo estatal, pero el camino de los temas tomó rumbo propio. La entrevista se publicó en Tabasco Hoy:

—¿Cómo quedó Tabasco a nivel nacional luego de López Obrador y Roberto Madrazo como candidatos a la Presidencia?
—Bueno, le puedo decir que yo no voté por Roberto Madrazo, entonces mi visión de Tabasco quedó a medias.

—Y este asunto de que el Chapo Guzmán está ahora en la lista de Forbes
—Pero no es tabasqueño.

—Pero sí presuntamente mexicano.
—Eso creo que sí. Lo que me llamó la atención fue un comentario de la radio porque preguntaron: ¿cómo se mide la fortuna de Carlos Slim o de Emilio Azcárraga? Y el otro locutor dijo: Mídela en chapos, 35 chapos… en fin.

—¿Están preparados los mexicanos para el regreso del PRI que tanto se dice?
—Los mexicanos estamos preparados para todo, menos para estar preparados.

Fui entonces a mi tema y me sorprendió que Monsiváis supiera del asunto, incluso con cifras. Ni siquiera me dejó terminar la pregunta:

—Aquí en Tabasco los funcionarios reciben un bono de fatiga…
—¡Ah!, eso me parece un descubrimiento extraordinario. Son 300 mil pesos, ¿no?

—Dicen que menos, pero que es por el desgaste físico y mental de los funcionarios.
—Yo creo que han creado una nueva categoría de la esperanza en México. Toda la gente con la que he hablado quiere bono de fatiga. Entonces, me parece que Tabasco debería hacer la iniciativa que transformara el bono de fatiga en una suerte de redención nacional. ¿Por qué nada más Tabasco? ¿Por qué nada más beneficiar a unos cuantos, que ciertamente están fatigados, como prueban sus intervenciones? Pero yo creo que valdría la pena que cada mexicano naciera con un bono de fatiga. Esa es mi propuesta.

Pero lo del “bono de fatiga”, por supuesto, no era lo único digamos reciente que Monsiváis sabía de Tabasco. Imposible en un hombre que cultivó amistad con Carlos Pellicer y también con Andrés Manuel López Obrador, a quien ayudaba en sus discursos y en su lucha social y política.

En un video fechado el 28 de junio de 2010 y que puede consultarse fácilmente en youtube tecleando las palabras “amlo monsivais”, el propio López Obrador narra de viva voz que el cronista lo acompañó durante su campaña a la gubernatura en 1988, de lo cual escribió el prólogo para el libro Tabasco: víctima de un fraude.

También cuenta el ex candidato presidencial que en 1991, cuando el “Éxodo por la Democracia” llegó a la Ciudad de México después de haber caminado 50 días desde Tabasco, fue a la casa de Monsiváis para pedirle que lo ayudara en la elaboración del discurso que pronunciaría al día siguiente en el Zócalo.

“Le dije lo que quería yo decir y empezó a escribir en unas hojas, todo esto al mismo tiempo que platicábamos, escribía y escribía, y de inmediato dice: ‘esto es, a ver qué te parece, revísalo’. Impecable, ese fue el discurso al día siguiente cuando llegamos en el ‘Éxodo por la Democracia’”, narra el tabasqueño.

En todos los demás discursos del ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal siempre estuvo la pluma del cronista aunque, independiente a toda costa, pese a la cercanía entre ambos Monsiváis criticó el fraude electoral del 2006 pero igual el plantón en Paseo de la Reforma.

Por cierto que en el video López Obrador hace una revelación peculiar en referencia a Carlos Monsiváis: “En 2006 yo voté por él, era yo candidato pero tenía que votar por una persona y puse su nombre”. De esa relación, para fortuna de la colectividad, nació el Museo del Estanquillo, ubicado en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México y donde reposan las cenizas del escritor.

El 19 de junio de 2010 Carlos Monsiváis murió de insuficiencia respiratoria. La última vez que lo vi fue hace poco. Estaba acurrucado en la plaza de un pueblo, en una escena de la película “Tiempo de Morir”, que data de 1965 y en la que tuvo una participación breve. Sólo una secuencia, de hecho.

Con guión de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, bajo la dirección de Arturo Ripstein, “Tiempo de Morir” es de esas películas que uno nunca olvida ni deja de admirar. Igualito que a Monsiváis.

fernandovazquezr@gmail.com
@fer_vazquezr

● ● ●

1 comentario:

Unknown dijo...

Tus palabras son fieles al Monsiváis inteligente y agudo, al amante de la cultura y las libertades, excelente trabajo, gracias Fernando Vázquez